martes, 18 de octubre de 2011

Capitulo 6: El destino así lo quiere

A 2 kilómetros del sofá donde se encontraba Laura, en la habitación 213 del Clementine Churchill Hospital, un niño de unos 11 años aproximadamente se debatía entre la vida y la muerte. Un grupo de enfermeros preparaban el material necesario para la intervención médica. Enfrente de la puerta, una mujer de mediana edad con los ojos enrojecidos a punto de echarse a llorar, marcaba repetidamente el número de su hija en el móvil. Nadie contestaba. Una fuerte angustia le oprimía el pecho. El dolor le atenazaba y obligaba a cada fibra de su ser a retorcerse hasta la extenuación. Pero ella no podía rendirse. Su pequeño estaba ahí dentro debatiéndose en una guerra en la que ella tenía experiencia... en la eterna batalla de la vida, en la que unos ganan y otros... sencillamente pierden... No debía... no podía desistir. Lo más grande de su vida necesitaba su ayuda, y ella pensaba estar ahí, a su lado, cogiéndole la mano para guiarlo de vuelta al mundo, susurrándole que todo va a ir bien, algo que más que el niño, era ella quién necesitaba creer.
El capítulo de los Simpsons acabó, y Laura se desperezó suavemente dando un sonoro bostezo. Apagó la televisión, limpió las migajas que quedaban del sándwich en los dobladillos de la manta y se incorporó. Fue escaleras arriba, hacia su cuarto, con la intención de ponerse a “estudiar”. Al llegar, sacó los libros de la mochila y los esparció por la mesa. Cuando lo hizo, el móvil cayó al suelo. “Mierda”- murmuró, al menos había caído sobre la alfombra. Lo miró bien por todos lados, por si se había roto, pero a primera vista no había sufrido daño alguno. Desbloqueó la pantalla para ver si tenía algún mensaje o llamada perdida. “Guau”-se dijo, 7 llamadas perdidas y 3 mensajes, y todos de mamá, algo no iba bien... Con solo leer el primero de los mensajes le bastó. Se puso precipitadamente los pantalones y una sudadera y salió a la calle. Sacó la bicicleta del garaje y se dirigió a la carrera hacia el hospital.
Cuándo llegó el llanto había llegado a sus ojos, el cual se acentuó al ver a su madre esperando en la puerta de la sala de operaciones, con la mirada perdida e inundada en lágrimas. Corrió hacia ella y ambas se fundieron en un cálido y desesperado abrazo. Acto seguido Laura preguntó a su madre que había ocurrido:
- Iba a por tu hermano - comenzó ésta con tono amargo- cuando me llamaron del colegio. Me dijeron... me dijeron que... me dijeron que tu hermano había salido a la calle para esperarme donde todos los días... y...- en este punto la voz comenzó a fallarle- el estaba en la esquina, y un coche... tomó mal la curva y...- llegados a este momento la madre de Laura fue incapaz de continuar... pero tampoco hizo falta, Laura ya imaginaba el resto. Recreó en su mente la escena... Jose saliendo del colegio, despidiéndose con un gesto de sus amigos, sigue la calle hasta la esquina donde su madre le espera todos los días... un coche toma mal la curva y como si de un muñeco de trapo se tratase, arrolla a su hermano. Los gritos de la gente, el hombre saliendo del coche con el móvil a la oreja... La policía... la ambulancia... y su hermano en el centro, sin sentido a causa del fuerte golpe... Un escalofrío subió por el espinazo de Laura hasta llegar a su rostro convertido en lágrimas, un torrente de lágrimas surgió de esas dos cuevas sin fondo. Lloraba... lloraba como no lo había hecho en su vida. Lloraba más que cuando se peleó con Ale, lloraba más que cuando falleció su padre... aunque claro en ese momento era tan pequeña... ni siquiera lo recordaba. Lloraba con fuerza, lanzando gemidos al aire de vez en cuando, abrazada a su madre en el pasillo del Clementine Churchill Hospital esperando al veredicto del doctor, sobre el estado de un niño de unos 11 años aproximadamente que se debatía entre la vida y la muerte.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Capitulo 5: Recuerdos

Laura llego a casa. Tenía la mirada perdida en algún punto lejano del firmamento. Una estúpida sonrisa si había instalado su rostro, pero tras varios fallidos intentos de hacerla desaparecer, Laura había desistido. ¿Su cuerpo? Sí, se encontraba frente a la puerta de su casa, introduciendo la llave en la cerradura, pero su mente se encontraban a dos horas de distancia, en un banco del jardín del instituto charlando con un chico, que sólo con respirar de daba más de lo que imaginaba. Lo mejor llegó cuando Marcos le pidió el móvil. Al final la llave entró, y Laura consiguió abrir la puerta. Aún pensando en ese momento mágico, subió los escalones en dirección a su cuarto. Tiró la mochila sobre el puff y se derrumbó sobre la cama. En más de una ocasión le pareció percibir un sutil olor dulce, pero no fueron más que imaginaciones suyas. ¿Tan obsesionada estaba?  Decidió que lo mejor que podía hacer en aquel momento era darse un baño. Cogió la toalla y se dirigió al baño. Este estaba al final del pasillo el cual se encontraba cubierto de moqueta. El baño olía, como siempre, a lavanda. Jose, su hermano, odiaba aquel olor, pero a Laura le gustaba. Se quito la ropa y se metió a la bañera. La llenó con agua caliente y se relajó. ¿Su parte favorita del día? Esa, sin duda alguna. Podía relajarse y pensar con claridad, o sencillamente no pensar. Fuera, en la calle, esperando se agolpaban todos los pensamientos y preocupaciones que Laura había dejado atrás al entrar  en el baño. Un chico de ojos color esmeralda que le sonreía mientras le contaba su vida (un tanto extraña), una chica que la miraba con desprecio, y que si Laura no llega a estar con la mente en blanco le habría causado un lento y silencioso llanto; un hermano pequeño un tanto revoltoso que siempre le escondía las cosas, una madre soltera que se preocupaba más por la vida de sus hijos que por la suya propia… Laura tenía tantas cosas en las que pensar… por eso siempre que podía se evadía de la realidad, para regresar a aquellos maravillosos tiempos, cuando ella tenía 8 años. Aún recordaba cosas. Los chistes de su padre, al que si no fuera por algunas fotos que tenía escondidas no recordaría. Era un hombre muy guapo. Todo el mundo decía que tenía su rostro… Eran esos momentos en los a que mamá se le nublaba la vista, perdía el concepto de la realidad, y recordaba a aquel hombre que la hizo tan feliz. Se llamaba Miguel. Todo era perfecto hasta que un día… un fatídico 23 de Septiembre, de un ataque al corazón, la muerte se lo arrebató de los brazos. En esos momentos en los que mamá se perdía, era trabajo de Laura despertarla, por mucho que doliera ver su rostro juvenil convertirse en uno cansado por las vueltas de la vida al darse cuenta de la realidad.
En cualquier caso, la madre de Laura nunca fue capaz de recuperarse del todo del incidente, por lo que tuvieron que ocultar todas las fotos en las que su padre apareciera. Las únicas que quedaban en casa eran las que Laura tenía escondidas en la cómoda de su habitación. En una de ellas aparecía una niña con un vestido rojo a juego con su pelo, jugando en un columpio. Detrás impulsándola se veía a un hombre de ojos azul cielo con una sonrisa de oreja a oreja. Laura se despedía todas las noches de él y le deseaba lo mejor estuviera donde estuviera.
Cuando Laura salió del baño, fuera ya declinaba el sol, y todas sus preocupaciones cayeron sobre ella como un jarro de agua fría. En ese momento se dio cuenta del hambre que tenía. Bajó a la cocina y abrió el frigorífico. No había mucho para elegir, pero los rugidos de su estómago daban a entender que cualquier cosa le servía. Al final se decidió por un sencillo sándwich de pavo y queso. Se fue al salón y encendió la televisión. Estaban dando Los Simpsons. Había visto ese capítulo millones de veces, pero le daba igual. A los 10 minutos, en el escritorio de su cuarto, el teléfono anunció un mensaje. Con este ya eran 3, más 6 llamadas perdidas. Laura no lo escuchó, durante la clase lo ponía en silencio y ese día se le había olvidado quitarlo. En la pequeña pantalla aparecía un nombre. Mamá.

sábado, 1 de octubre de 2011

Capitulo 4: El encuentro

Justo cuando Laura estaba a punto de morirse de desesperación, sonó el timbre que anunciaba, al fin, el almuerzo. En cuanto salió a pasillo inspiró profundamente, y se relajó tras dos horas de tensión. A pesar de sus intentos por mantener la cabeza fría y atender a lo que decía la profesora, todos sus sentidos se ponían alerta cuando el chico nuevo se movía o hacía ademán de ir a hablar. Y ese olor... Ese aroma que impregnó el ambiente y se adhirió a lo más profundo de Laura,  en cuanto se sentó a su lado. Era dulce, pero no un dulce pasteloso como el olor a bollería que inundaba la cocina de su casa los domingos por la mañana, sino… que era… era PERFECTO. De repente, Laura se sorprendió a si misma pensando en como sería acariciar ese pelo negro azabache. Se reprendió a si misma el fantasear con un chico del que ni siquiera sabía el nombre. Un lamento de su estómago le dio otro tema en el que pensar. Guardó los libros en su taquilla y se dirigió a la cafetería. Esta estaba abarrotada de jóvenes hambrientos que hacían cola frente a las máquinas expendedoras, charlando animadamente con los amigos sobre el verano. Laura hurgó en su bolsillo, además de un coletero y unas pelusillas, su búsqueda no dio más frutos. “Mierda”- pensó- “me he dejado el dinero del almuerzo ¿y ahora que hago? Son las 11.30, y tengo que aguantar hasta las 15.00 sin comer… listos vamos”- lo único que disponía para saciar el hambre era un chicle de menta que llevaba en la boca desde hacía una hora, y el sabor es esos momentos no era muy… en fin… espectacular. Paseó la mirada por el comedor por si el chico nuevo se encontraba allí, pero en vez de esos ojos esmeralda, se encontró con unos color miel. Ale la miraba fijamente desde el otro lado de la sala. Esa mirada fue como un golpe seco en el pecho, destilaba tanto odio… pero a la vez confusión. Laura no aguantó más esa sensación y fue la primera en apartar la vista. Para no volverse a dar la situación, salió al jardín, lejos de las miradas acusadoras de Ale. La lluvia había dejado el césped húmedo. Había pocas flores, pero bastantes árboles. Los alumnos no podían quejarse de tener un jardín como aquel. Laura se dirigió hacia una parte de este en la que había asientos. Se sentó. No dejaba de dale vueltas al chicle, y la verdad, es que estaba duro y sin sabor, pero al menos tenía algo con lo que entretenerse. Tras fallidos intentos de hacer una pompa, se dedicó a observar a las demás personas. Este año había entrado bastante gente nueva, había muchos rostros que le eran desconocidos.  Ahora dirigió su mirada al horizonte, y se dejó llevar por aquel olor dulce. Al cabo de unos segundos reconoció el olor. Se giró y allí estaba. Era el chico nuevo… la estaba mirando. Este levantó y se dirigió hacia donde ella estaba.
- Hola - dijo
Laura se preguntó si se estaría dirigiendo a ella, así tenía que ser, pues estaban prácticamente solos.
- Hola -murmuró a malas penas
- Oye, lo siento por lo de clase, yo… en realidad no soy así ¿sabes?
- No pasa nada- dijo Laura intentando controlar la sonrisa de idiota que ya había empezado a dibujarse en su cara.
- Me llamo Marcos ¿y tú?
- Laura
- Encantado Laura- dijo sonriente